Artículo de Cole Moreton - London Telegraph

16.02.2014 02:09

Cole Moreton es un periodista inglés que escribió un magnífico libro sobre Blasket, 'Hungry for Home', centrado en los últimos momentos en que la isla estuvo habitada. Ha publicado recientemente un artículo en el London Telegraph, que traduzco a continuación.

 

EL ÚLTIMO ISLEÑO

Desconectados de tierra firme y olvidados por el progreso, los habitantes de la Gran Blasket sabían que tarde o temprano tendrían que abandonar la isla. Pero 92 años después de nacer allí, un hombre anhelaba regresar.

"No sé si seré capaz de hacerlo," dice Mike Carney, mientras observa el salvaje trecho de agua que lo separa del lugar donde nació hace 92 años. "Me gustaría poner mis pies allí una vez más, pero me pregunto si será posible."

Francamente, intentarlo parece una locura. La Gran Blasket es famosa en todo el mundo por ser un lugar en el qie una vez vivió una comunidad excepcional, pero es un lugar remoto, vacío e inaccesible la mayor parte del año.

Nos encontramos en el extremo oeste de Irlanda y el clima está empeorando, conviertiendo en traicionero el suelo bajo los pies. El Dr. Carney camina arrastrando los pies y lleva un aparato que refuerza su espalda. Permanece de pie en el promontorio, mirando hacia el Estyrecho. Bajo esas olas descansan numerosos naufragios.

Si quiere alcanzar la isla, el anciano deberá sortear un muelle resbaladizo, una lancha neumática, una empinada cuesta hasta llegar a un bote pesquero reconvertido y una hora en el mar, golpeado por las olas del Atlántico. Después deberá enfrentarse de nuevo a la lancha neumática y a la abandonada rampa de la isla que conduce a un camino de piedras empinado tan resbaladizo como el hielo. Y sin embargo afirma: "Estoy decidido a hacerlo."

 

Mike Carney en tierra firme con la Gran Blasket tras él (Julian Simmonds)

 

Ha recorrido un largo camino para llegar a este punto; casi 5000 kilómetros desde su casa en Massachussetts, para a continuación recorrer la costa de Irlanda desde el aeropuerto hasta el extremo de la Península de Dingle, un dedo de tierra que apunta hacia el lejano oeste.

"No puedo quitarme de la cabeza la isla," dice el Dr. Carney, con el recio acento de un hombre que creció hablando únicamente irlandés y que jamás ha abandonado dicho idioma.

"Por las noches sueño con la isla. Sueño con el modo de vida que había allí cuando era joven."

Esos sueños del hogar son poderosos. Muchos de nosotros anhelamos el lugar donde reíamos y jugábamos con los amigos de la infancia y donde la vida era más sencilla, más simple. Mejor. Uno de mis propios vecinos en Londres sueña con los valles de Gales, otro con las colinas de Kashmir, un tercero con el sol de Jamaica.

El mundo está lleno de exiliados, aunque pocos de ellos consiguen volver a casa.

Esta historia es universal, a todos nos habla de alguna forma. El hermano de Mike una vez me juró que regresaría a la isla, cuando estuviese mejor. Ambos sabíamos que no iba a ocurrir, y así fue. Paddy murió poco después, en un hospital de Massachussetts. De cualquier forma, él sabía que su hogar ya no era lo mismo.

La Gran Blasket fue abandonada hace 60 años como consecuencia de una tragedia que había desgarrado los corazones de la familia Carney y de sus amigos de la isla. La evacuación tuvo lugar el 17 de noviembre de 1953. Nadie ha vuelto a vivir allí de manera permanente. Las casas están en ruinas. ¿Qué es lo que le llama ahora a Mike Carney? ¿Por qué arriesga su vida para regresar?

 

Los mejores días

 

El pueblo de la Gran Blasket en pleno apogeo en la década de 1920 (Centro de Interpretación de la Gran Blasket)

 

Mike Carney es el último isleño, el último hombre que trabajó en la isla en su época de esplendor, cuando unas 150 personas vivían en aquella ladera azotada por el mar. Sus casas de piedra en seco se hacinaban  a un lado de una colina de aproximadamente un kilómetro de ancho. La parte trasera de la colina se estiraba cinco kilómetros detrás de ellas, hacia el oeste.

El idioma y la cultura de la isla, y la belleza agreste del lugar, comenzó a atraer visitantes a comienzos del siglo XX. Entre ellos se encontraba el dramaturgo John Millington Synge, quien escribiera "El playboy del mundo occidental" tras quedar prendado de una chica de la isla.

Micheal O'Cearna nació en 1920 y creció familiarizado con los veraneantes, algunos de los cuales ayudaron a los habitantes de la isla a convertir sus cuentos en libros. El mejor de todos son las hermosas memorias de Tomas O'Crohan tituladas "El Isleño", publicadas en su traducción inglesa en 1934.

 

Mike Carney con dos de sus primas, Kate y Eibhlín (Centro de Interpretación de la Gran Blasket)

 

El peor quizás sea "Peig", una versión altamente censurada de los cuentos que Peig Sayers dictó a su hijo, que convertió a una mujer salerosa, aguda y sabia en una devota mujer con coraje frente a la miseria. Fue de lectura obligatoria para generaciones de escolares irlandeses, que tiemblan solo con escuchar su nombre, incluso hoy en día.

"Veinte años creciendo", de Maurice O'Sullivan, se publicó con prefacio de EM Forster y se puso de moda en Gran Bretaña y Estados Unidos en los años 30.

Cuando Irlanda logró su independencia y el idioma irlandés revivió, la comunidad de Blasket se erigió en modelo de lo que algunos, como el propio Eamon de Valera, que acabaría siendo el líder de la nación, llamarían "la Irlanda ideal que seremos, la Irlanda con la que soñamos."

Pero aunque la comunidad se volviese famosa, comenzó a morir. Los bancos de pecesdiezmaron por barcos de arrastre extranjeros, los suministros de turba mermaron. Los isleños jóvenes comenzaron a marcharse. Empezó a ser importante el irse y enviar dinero -una historia a menudo repetida en las comunidades de inmigrantes de Gran Bretaña y los Estados Unidos.

Mike Carney dejó la isla en 1937, a la edad de 17 años. "El día que me marché de la isla, mi padre me dio los últimos cinco chelines que tenía en el bolsillo y me dijo: 'Mike, odio verte partir, pero alguien ha de empezar. Alguien debe marcharse.'"

En abril de 1947 la situación era tan desfavorable que Mike suplicó al propio De Valera, enviándole un telegrama que decía: 'Aislados por tormenta. Angustia. Nada para comer. Enviar comida. Blaskets". Se enviaron suministros y De Valera visitó la isla aquel verano, pero no hizo nada más.

La voz de Mike titubea al recordar. Tener frente a él la isla provoca que vuelvan recuerdos a su cabeza de los días que iban a llegar. "La muerte de mi hermano Sean fue la puntilla para la isla. Aquello provocó el estado actual de la isla, vacía."

 

Los peores días

 

Sean O'Cearna (izquierda) en una fotografía de la escuela de mediados de los años 30 (Centro de Interpretación de la Gran Blasket)

 

Sean O'Cearna regresó del campo la Nochebuena de 1947 y se desmayó sin decir una sola palabra. Tenía 24 años, un joven en forma que trabajaba duro junto a su anciano padre. Su repentina enfermedad resultó un mazazo.

El radioteléfono que había en la isla estaba estropeado, como de costumbre, y la tempestad que azotaba la isla era tan fuerte que nadie podía cruzar el Estrecho para buscar ayuda. Sean fue atendido por su hermana, pero nada pudo hacerse por él. Murió a principios de enero a causa de una meningitis.

Cuatro pescadores se ofrecieron voluntarios para cruzar el Estrecho bajo la tormenta, para comunicar la muerte de Sean y volver con un ataúd. Los isleños solo enterraban a sus muertos en tierra sagrada en tierra firme. Aquel acto de heroicidad estaba motivado por la rabia y la sensación de impotencia. Si los más jóvenes y fuertes podían morir de esa forma, ¿qué futuro podría tener la isla?

Consiguieron cruzar, con grave peligro para sus vidas, pero no pudieron volver. "Me llegó un telegrama que decía que volviese de Dublín a casa de inmediato," dice Mike, que convenció a la tripulación de un bote salvavidas para que lo llevase a la isla a por el cuerpo de su hermano. "Mi padre, pobre hombre, estaba desolado. Me dijo, 'Mike, si puedes hacer algo, sácanos de aquí.'"

Mike trabajaba como camarero en Davy Byrne's, el pub que James Joyce hizo famoso en 'Ulises'. Hubieron de pasar otros seis años de desesperación antes de que los últimos 21 habitantes de la Gran Blasket fueran evacuados a tierra firme, se les dieran tierras y la oportunidad de comenzar de nuevo.

 

Los primeros 6 isleños en ser evacuados llegan a Dingle. Cuenta la leyenda que Sean Guithín lleva una silla plegable del RMS Lusitania que llegó a la isla poco después de que los alemanes lo hundieran frente a Kinsale en 1915.

 

Para entonces, Mike Carney y casi todos sus hermanos estaban en Estados Unidos. Algo singular había ocurrido. Uno tras otro, a lo largo de generaciones, los jóvenes de la isla habían emigrado para vivir en unas pocas calles de una ciudad interior llamada Springfield, Massachussetts. 

"Fue como si hubiese cogido la isla y la hubiesen transportado al otor lado del océano hasta Hungry Hill," dice Mike Carney. "Podías caminar por allí y escuchar hablar solo el irlandés puro de Blasket."

Allí fue donde nos conocimos, hace 15 años, en un club que llevaba el nombre del escritor feniano John Boyle O'Reilly. Cuando entré, vi hombres usando medallas del IRA. Y cuando hablé, se hizo el silencio en la sala.

"Eh, inglés, ¿recuerdas aquella noche en que te presenté a la gente del club?" dice ahora, riendo. "¡Pensé que alguno me disparaía, y a ti también!"

 

El último isleño

 

Los recién casados Sr y Sra Carney bebiendo en el bar del Empire State Building (del libro From the Great Blasket to America, Collins Press)

 

Solo bromea a medias. Algunos miembros del club se mostraron encolerizados por mi presencia. Mike, que era el presidente, dijo, "Está conmigo." Los miembros más amables preguntaron por qué demonios estaba un inglés escribiendo un libro sobre las Blasket.

"Oh," dije yo, intentando suavizar la situación, "Es a causa de una chica..."

Un romance veraniego adolescente. Me rompió mi joven corazón, pero aquel glorioso verano al oeste de Dingle me dejó con la pasión por el paisaje, la música y las gentes.

De vuelta a Londres, alimenté la idea del oeste de Irlanda como un lugar de refugio, un hogar espiritual de adopción al que podría regresar. Pero cuando volví una década después, me di cuenta nada más bajar del autobús que no era en absoluto mi hogar.

La chica se había marchado hacía tiempo, había huido a Estados Unidos para escapar a una vida de problermas. Había construido un mito.