Olieán Ban

Olieán Ban

En el libro The Islandman de Tomás Ó Criomhthain se menciona un pequeño islote adyacente a la Gran Blasket, islote conocido como la Isla de la Mujer.

 

El reflujo de la marea de la primavera había empezado. Al oeste de la playa, había una islita llamada la Isla de la Mujer (Oileán Ban) a la que solo se podía llegar con la marea muy baja; había muchas lapas y bígaros ya que nadie los recogía nunca. La isla estaba separada del punto más cercano de la orilla por un canal profundo, pero ese día no había mucha agua. Al poco tiempo, observé a mi madre recogiéndose la falda entre las piernas. No me importaba que enseñara al mundo sus piernas y pantorrillas, pues no eran raquíticas ni tenían bultos: era una mujer alta y bella, de piel blanca y radiante de pies a cabeza. Lo que me duele es no haberme parecido a ella en nada. Lo que me había perjudicado seguramente era ser “ternero de vaca vieja”, mientras que el resto de la camada era bastante lustroso. Yo la miraba fijamente para ver lo que iba a hacer. De inmediato, invitó a las demás mujeres que se encontraban junto a ella a que la acompañaran a la isla. Cuatro aceptaron sin pensarlo: la vieja bruja vecina, mi tía, Joan la Blanca y “Ventry”. El agua les llegaba por encima de las rodillas, pero una ola sorprendió a la bruja y a mi tía, que se cayeron de cabeza. Mi tía era la hermana de mi padre y estaba casada con un hombre llamado Kerry. Ventry sostuvo a mi tía con habilidad y lograron ponerse de nuevo de pie. La vieja bruja y mi tía se parecían tanto que cualquiera hubiese jurado que venían de los mismos padres; la misma complexión, la misma estatura y la misma actitud.

A pesar de la ternura de Eileen, yo no dejaba de lloriquear porque mi madre había desaparecido ya hacía mucho tiempo y Nora me molestaba sin parar. Nunca pude llevarme bien con ella. Entendí la razón en cuanto empecé a captar las cosas. Durante los cinco años previos a mi llegada al mundo, Nora había sido la preferida; así que cuando llegué sin previo aviso y cuando me vieron, Nora empezó a tenerme pelusa. Por eso ella me estimaba menos que los otros.

Al poco, las mujeres se pusieron a gritar por todas partes porque las que estaban en la isla no podían regresar por culpa de la marea que subía en el canal. No se veía ni un alma en el horizonte. Todos se acercaron al canal pero la marea alcanzaba la altura de un hombre, cuando de repente las vimos, cada una cargando una bolsa llena. Tuvieron que permanecer allí y todos los que estaban decían que no había forma de regresarse hasta la mañana siguiente. Oír esos comentarios me sacaba de quicio.

Unas chicas que estaban en la playa echaron a correr para avisar a los hombres que trabajaban en los campos que las mujeres estaban atrapadas por la marea. La mayoría de los hombres bajaron a la playa, pero mi padre corrió a buscar una escalera a casa. Pronto apareció y se dirigió hacia mí cargando una escalera de unos seis metros sobre su hombro. La colocaron para que atravesara el canal pero su peso impedía que la estabilizaran en el lugar adecuado. Mi pobre padre se tuvo que meter en el agua y cruzar a nado el canal para fijar la escalera al otro lado en la grieta de una roca. Mi madre fue la primera en cruzar por la escalera, seguida de Ventry; lo hicieron con éxito. Luego, las tres otras las siguieron. Dos de ellas estaban en un extremo y la tercera en el otro, así que la escalera se volteó y todas se cayeron al agua.

Yo estaba loco de la felicidad al tener de nuevo a mi madre conmigo y me puse a cantar “Donal na Greine”. Pero no terminé la canción, ya que mi padre tuvo que lanzarse otra vez al agua para rescatar a su hermana y agarrar a Joan la Blanca. En cuanto a la vieja bruja, estaba a punto de ahogarse cuando la agarró por el pelo. Pude respirar cuando mi padre volvió a tierra firme: la vieja bruja casi lo arrastra al fondo del mar mientras trataba de salvarla, con su mandil cargado de lapas.